Tengo la costumbre de menospreciar el día sábado de la semana santa. Después de la pesadumbre intensa del día viernes, cuando contemplamos la cruz de Cristo, y antes del día triunfante cuando celebramos la tumba vacía, cae un día desechable, un día en que no hay nada registrada en las escrituras para guiarnos en nuestra conmemoración de los hechos en la semana mas importante para el mundo cristiano. Por lo tanto, la vida vuelve a lo normal, los almacenes y gimnasios se abren, la gente sale de sus casas para retomar sus vidas, preparando quizás para la jubilación de mañana. Me pregunto: ¿hay algo en ese día que me puede ayudar en mi vida espiritual?
El silencio de las escrituras habla fuerte. No fueron momentos muy agradables y loables para la gente que dejaron registrados los hechos por escrito. Habían fallado a Jesus, fueron llenos quizás de culpa, y de vergüenza, de temor y incertidumbre. Quiero entrar un poquito en la vida de los discípulos de Jesús y imaginarme entre ellos, experimentando la realidad que ellos tuvieron que enfrentar. Su maestro, su líder, su jefe fue arrestado y crucificado de una manera humillante y violenta. Habían dedicado tres años de sus vidas, invertido sus esperanzas en las enseñanzas de Jesús, su héroe. Las mujeres que le seguían encontraron en Jesús su campeón, el hombre que les valoraba y les trataba con respeto y con un amor generoso y desinteresado. Ahora, los poderes del día le habían eliminado. ¡Qué confusión! ¡Qué decepción!
Sabemos que el sufrimiento de Jesús y su muerte no les unió en el momento. Jesús habló de las consecuencias de su muerte cuando el predijo que al golpear el pastor, las ovejas se dispersarán. Fueron pocos que se quedaron para presenciar los últimos momentos de la agonía de la cruz. Fueron pocos que estaban dispuestos a identificarse con Jesús: las mujeres valientes que le amaban, Juan, José de Arimatea y Nicodemo entre ellos. No sabemos de otros y si estuvieron, mantuvieron un perfil muy bajo. Pero todos ellos tuvieron algo en común, y ese algo- Jesús, les unió después, en el día sábado. Sabemos que los once se unieron, y estuvieron juntos porque el siguiente día, cuando las mujeres encontraron la tumba vacía, les fueron a avisar al lugar donde estuvieron.
¿Podemos imaginar como era el día sábado para ellos? Creo que sí porque nos podemos imaginar en su lugar. ¿Has perdido esperanza una vez en tu vida? ¿Has experimento un dolor espantoso al perder un ser querido? ¿Has pasado por momentos de temor cuando tu vida estaba en juego, y el futuro parecía muy oscuro y pesimista? Y, encima de todo, cargaban con una culpa oprimida y una vergüenza sofocante. Abandonaron a su amigo, a su Señor, a su Maestro en su tiempo de adversidad. ¿Has sobrellevado la humillación de haber defraudado a alguien que contaba contigo? Quebrantados por el miedo, la incertidumbre y la vergüenza, se unieron. ¿ Se hablaron mucho? ¿Hubieron recriminaciones? ¿Hicieron planes para salvarse de las autoridades que quisieron acabar con el movimiento que había iniciado Jesús? No sabemos. Me imagino que reinaron entre ellos el susto, la confusión y el desconsuelo.
No he tenido muchos momentos así en mi vida, unos pocos quizás- la muerte de mis padres, de un hijo por nacer, de la muerte de mi amigos Colon y Rolando en Ecuador. He tenido momentos de dudas, de miedo, de derrota y de desesperación. He sentido vergüenza al decepcionar a otros. Pienso en estos momentos en el día sábado de la semana santa. Quiero apreciarlo. Quiero aprender de los discípulos, unidos en su dolor y miedo. Quiero aprender de las mujeres, siempre practicas, reuniendo las especies y perfumes para dar final al proceso de enterrar a un ser querido recién muerto. Hay momentos en nuestras vidas cuando podemos descansar: no en lo agradable, o en los placeres de la vida, sino en la incertidumbre, en el dolor, y en el temor, sabiendo que servimos a un Dios triunfante, soberano y con un plan para levantarnos y darnos esperanza. No pierdas la esperanza...¡viene la mañana!